Todas las ciudades transpiran en algún lugar. Igual que un
cuerpo que se somete al ejercicio y, de a poco, activa y propulsa la producción
y posterior eyección del líquido sobrante, las ciudades transpiran.
Y, como toda transpiración, la suya es incontrolable,
olorosa y ocultada. Un líquido oleaginoso que no se disuelve ni se escapa por
las bocas de tormenta; un aroma que sigue latiendo aún después de las lluvias;
un tabú que se renueva, mañana a mañana después de cada noche a noche.
Una especie de transpiración-epidémica que posee los cuerpos
y se los adueña, manchándolos.
Algo así, pero sin tanta poesía, les pasa, día a día, a las
pibas de la esquina, en Consti.
La transpiración les chorrea a gotas gordas, se les pega en
la piel de látex, les retumba en los orificios de la nariz. Tienen la piel
satinada de tanto transpirar y brillan como aceitadas para bailar.
Las gotitas les decoran los párpados y las clavículas, la
cintura desnuda, las piernas largas y temblorosas.
Mientras transpiran, esperan. Por detrás, pasan los
caminones, los autos, los peatones.
Por delante y por detrás:
“Si te agarro, te rompo el culo, mamu”
El día está
empezando pero aún les queda mucha noche.
La transpiración huele a sexo, a pelo, a baba. Se la
sienten, la ignoran, siguen.
Tienen los ojos cansados de quien no duerme jamás cuando el
cuerpo se lo pide. De quien hace mucho que no llora.
“¿Cuánto por un buen pete? Mirá que ya la tengo durita”
Una de las pibas lo mira. Trata de interpretar en la voz, un
pedido o una burla. El auto arranca, las risitas, también.
Son casi las 7 y el sol no deja lugar para las dudas. La
jornada va terminándose y las pibas
tienen hambre. Van juntas al puesto de panchos cruzando la calle.
Se quedan afuera para no molestar. El vapor del agua
hirviendo les sube por los tobillos y les recuerda que aún transpiran. Algunas
se abanican con un volante; se acomodan los pechos en el corpiño, la tanga en
la cola.
Llega el pedido y suspiran.
“Ay, sí, sí, así quiero que me lo chupes, culoncita, duro y
suave”
Ya casi se acaba el pancho y con él, la pausa.
Aún quedan camiones, autos, colectivos, esperanza.
“Uy, pero te rompo toda, putita”
Las pibas escuchan y tragan la gaseosa de a sorbitos, sin
derramar.
Algunas se levantan. Una se retoca el maquillaje, otra el
pelo. Es hora de seguir, un poquito más.
Las pibas de la esquina, se tragan todo sin réplicas, total,
saben, después lo van a transpirar.